jueves, 21 de febrero de 2008

Adios a un amigo

Osvaldo Bayer: ¿te acordás de ese argentino que te invitó a tomar un café el día que hiciste la presentación del libro de Esther Andradi, en ese subsuelo de Montevideo y general Cangallo? Es el mismo que habló y conoció a América Scarfó cuando la italiana editó ese "Un café muy dulce" que te hizo enojar tanto. Ese mismo argentino, estuvo exiliado en Perú 18 años desde 1975 a 1993 y allá conoció y se hizo amigo de Esther, que me pidió te enviara muchos saludos. Además pudo estar con Justo Medina, en la cama 8 del hospital de Quilmes, pocas horas antes de su partida. Era su amigo, Y él era tu amigo, Y por eso, por lo que escribiste y mandaste para que lo leyera Fray Puigjané durante la ceremonia de su entierro*, quiero hacerte llegar estas líneas y un abrazo sincero, por ser tan buen amigo de mi amigo.
Gustavo Mac Lennan
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Argentina

----- Original Message -----
From: Gustavo Mac Lennan
To: cdh@editor.filo.uba.ar
Sent: Monday, February 05, 2001 10:41 PM
Subject: Para Osvaldo Bayer, en Alemania.


----- Original Message -----
From: Gustavo Mac Lennan
To: Silvana Plaza de Mayo
Sent: Monday, February 05, 2001 12:01 AM
Subject: Adios a un amigo...

Nos vimos por primera vez el 24 de marzo de 1996, allí en la plaza. Era mi vuelta primeriza. Desde que regresé en 1992, había pasado muchas veces por Plaza de Mayo, muchos jueves, y todavía no sabía que ese lugar era donde debía estar cada jueves a las 3:30, caminado, acompañado a las Madres. Justo, llevaba entonces más de 17 años con ellas, sin faltar nunca. Venía de su casita de la villa que está detrás de Villa Industriales como sea, a pie, muchas veces sin comer, pero siempre dispuesto a compartir una sonrisa, una charla profunda sobre política, teatro, libros y lealtades. Justo, era fiel a sí mismo, frontal, abierto, amiguero. Tenía para con las mujeres un atractivo especial, no importara su edad, altura, condición social o intelecto. Respetuoso en extremo con la compañeras, enemigo de las discriminaciones y las ofensas baratas. Su porte de cholazo, de criollo aindiado, ese caminar orgulloso casi con ostentación, su afeitada perfecta, la voz impostada lo hacía sobresalir con rapidez. En las primeras rondas descubrí que se llamaba Medina, como mi abuela uruguaya. Claro que Justo era de Tucumán. Pero portaba el apellido que señala el lugar donde murió Mahoma y que quiere decir eso: ciudad. Así que desde mediados del 96 fuimos medios primos lejanos, pero muy cercanos. Eso me permitió compartir más de 240 jueves y algunos días más cuando las marchas de la Resistencia. En esas medias horas largas hablamos de muchas cosas. De las Madres, de sus diferencias, de sus opiniones, de los laderos, aquellos que venían nada más que para las fotos, y los otros, esos que están siempre. Muchas veces lo vi intermediando para que el desánimo, las opiniones indigeribles, las vuelta de tuerca o la brutal franqueza a la hora del megáfono no produzcan más deserciones, desencantos o abandonos. También lo vi siempre en primera fila cuando hubo que hacer escraches a la ESMA, casa de gobierno, ministerios o dependencias oficiales,, armadas sin aviso previo o con ellos. Me contó Justo cuando las protestas por esas leyes infames de punto final y obediencia debida, o los indultos a los genocidas. Estuvo en casi todas las protestas. Muchas veces lo vi bajar y subir de la camioneta los tablones de la mesa de las Madres. Y subir y bajarlos de la casa de ellas. Colgar las banderas, los carteles aunque no siempre estuviera de acuerdo con algunas consignas. Ni con ciertos personajes que manejan encendidos discursos de igualdad pero aplican acciones y tarifas discriminantes. Con ellos, Justo era implacable. Con el tiempo, y la confianza de por medio, me fui enterando de quién es quién en esas rondas donde corren consignas de todo tipo, partidarias, de clase, oportunistas y también de las otras, las solidarias. Porque cada jueves pasa algo distinto. Alguien que nunca estuvo (o estuvo poco) reclama pertenencias y reconocimientos imposibles. Otros vienen porque saben que allí son nota de los periodistas nacionales y extranjeros. Otros buscan adeptos. Otros, sobre todo mujeres muchas veces jóvenes, vienen y se quedan paradas mirando a los caminantes y lloran. Lloran por ellas, por las Madres, por los hijos, por los HIJOS, por vaya uno a saber qué, por que es emocionante esos jueves por la tarde. Y Justo tenía una mirada y una sensibilidad especial para detectar estas cosas. Conmigo hablaba mucho de teatro. En realidad el que hablaba mucho de teatro soy yo. Es mi obsesión. Lo invité a que vea algunas de la obras que hice en estos últimos años; vino a ver cuatro. Después de las representaciones nos sentábamos en un café y discutíamos criterios (y esas conversaciones podían durar varias rondas). Él me contaba de sus intentos por entrar en ciertos elencos y las audiciones que hacía o las peleas que tuvo con algunas directoras y directores. Desde hace pocos meses estaba en un proyecto de FFyL bajo la dirección de Daniel Hugo preparando Saverio, el cruel de Roberto Arlt. Y me mostró un video bastante bien hecho por un independiente donde personificó a un padre o hermano mayor de un paralítico, sobre un cuento de Iribarne. Como podía conseguir algunos libros gratis en ciertas editoriales, se los regalaba y luego los criticábamos.
Así se puso furioso con Jacobo Timermann en Preso sin nombre, celda sin número, o conoció en detalle la vida, obra y muerte de Raymundo Gleyzer, uno de los primeros desaparecidos, en El cine quema y de quien fui muy amigo y compañero. También intercambiábamos opiniones sobre la cátedra sobre DDHH. de Osvaldo Bayer, a la que Justo asiste todos los viernes desde hace años y con quien mantiene una amistad y trato especial, al punto de haber leído en ella una ponencia donde trató la discriminación a los pobres por el color de su piel en la sociedad intelectual porteña.
Muchos fueron los temas que tratamos: el trabajo, la falta de él, los orígenes y el desarraigo, los discursos con dobleces, la vida en la villa donde vivía, la delincuencia en la pobreza, la pobreza y la dignidad. En estos últimos tiempos venía a casa con frecuencia, a veces a almorzar, otras para ayudarme con algunos arreglos de albañilería, materia que dominaba con extrema habilidad, o simplemente para conversar y leer un diario antes de irse a la universidad. Hace unos meses fue convocado por Bonafini para ser el intendente de la Universidad de las Madres, puesto de extrema confianza si lo hay. Esto le generó algún conflicto, porque era evidente su confrontación con algunos criterios de esa casa de estudios populares. Pero trabajo es trabajo y Justo no antepuso sus objeciones personales a un pedido formal. Más bien tuvo que soplarse las ironías de muchos otros desocupados (la gran mayoría de los caminantes de los jueves) ante esa convocatoria.
En el verano pasado, fue operado de la vesícula en el policlínico Lanús. Allí fui a verlo varias veces y conocí a algunos de sus familiares. El postoperatorio fue lento y doloroso. No había quedado bien. En las últimas semanas se quejó de dolores y malestares. Así fue como decidió hacerse una revisación en el hospital de Quilmes, donde lo había tratado una amiga médico, que va las rondas de las Madres, después de su operación. Según me dijo su hermana por teléfono, le tenían que hacer un estudio y por eso se quedaba internado. Así fue que faltó dos jueves, Me dieron mal una información y, un sábado por la noche, fui a buscarlo al policlínico Lanús. Al no encontrarlo esperé hasta este último jueves para saber de él. En la plaza me dijeron que estaba bastante mal y que varios lo iban a visitar el viernes para ponerse de acuerdo y hacerle compañía, las visitas estaban restringidas de 2 a 3 y que el resultado de los estudios estaría en próximo martes. Fui el sábado por la tarde. En ese momento se retiraban algunos conocidos. Me senté en la cama de al lado y me quedé mirándolo. La sala era enorme y tenía como 14 camas, algunas vacías, otras con hombres en estado grave, algunos muy grave. Justo dormía. En la mesa algunos jugos, una jeringa, en el piso y cerca de la cabecera una botella con agua. Del otro lado una toalla doblada. Por un cajón asomaba un tubo de Odol y un cepillo de dientes. Estaba vestido con un short a cuadritos y un par de ojotas estaban en silencio al pie de la cama, muy juntas, como haciendo guardia. A los pies, una bolsa con algo de ropa sobre dos libros, uno de ellos el último de su amigo Bayer. Me habían dicho que dormía demasiado. Justo tenía barba de varios días, respiraba pausadamente. Estaba algo más flaco. De golpe entreabrió los ojos, me vio, hizo algunos esfuerzos para salir de su somnolencia y balbuceó: " y, compañero... ¿dónde estabas...?". Estiré mi mano y agarré la suya. Así estuvimos un rato mientras volvió a cerrar los ojos y entró en un sueño profundo. Uno de los pacientes, el que estaba en la cama frente a mí, pidió que le cerrara la ventana porque le daba el sol en la cara. Lo hice, y entonces le pregunté por qué estaba allí y después por Justo. Me dijo que por unos días estuvo bien. Se levantaba, atendía a los demás, hacía chistes, se lo veía dolorido pero con buen ánimo. De golpe escuché: "pero hace tres o cuatro días... se entregó". Era toda una definición. Más que una premonición me sonó a un severo, severísimo diagnóstico que venía ya no de un médico, sino de un enfermo grave que ve la muerte no sólo afuera de él y que habla con ella cuando todos duermen. Al rato se acercó la hermana de Justo y hablamos un poco. Traté de sacarle información sobre él pero me habló de sus males y me dijo que creía que se iba a recuperar. Qué cara tendría yo que cuando nos interrumpió un enfermero para servir la merienda, al verme sentado en la otra cama me preguntó: "¿el té, lo toma solo o con tostadas?". Cuando le dije que era una visita, se disculpó: "perdón,... creí que era un paciente". Tomó la planilla y tachó el casillero "cama 7". Entendí que debía irme. Le dejé mi teléfono a la hermana de Justo y me comprometí a regresar hoy domingo y el lunes para hablar con la doctora. En la mañana de este 4 de febrero, casi sobre el mediodía, me llamó su hermana; dijo sollozando: "señor Gustavo... se terminó".
No. No se terminó. Justo Medina queda en el corazón de muchos.
En el de todos aquellos que compartimos sus palabras, sus sonrisas, sus pasos y las rondas.
Queda en las baldosas de esa Plaza de Mayo que tuvo como monumento una casilla de chapas que armó Justo para una marcha de la Resistencia frente a la Pirámide. Queda por sobre las vallas cuando los intolerantes de siempre pretendieron varias veces impedir las Rondas. Queda en el café de la Madres, en la universidad, en las banderolas, en las sentadas.
Queda en las retinas de todos los que se acercaban para saludarlo cada jueves, todos los jueves durante más de 20 años.
Justo Medina... ¡presente!
¡Ahora y siempre!

* En marzo de 2001, las cenizas de Justo Medina fueron esparcidas dentro del vallado que rodea a la Pirámide de Mayo, y allí, cada jueves a las 3:30 su memoria da las seis vueltas, las seis rondas en homenaje a quienes fueron, son y serán ejemplo de dignidad.

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