jueves, 21 de febrero de 2008

El harem del Sr. Lehmann

19ª FIESTA NACIONAL DEL TEATRO
RAFAELA (SANTA FE)
16 AL 25 DE ABRIL DE 2004


EL HAREM DEL SR. LEHMANN

Llovía a baldazos cuando a la 14:30 hs. del viernes 16 de abril, mi mochila verde buscaba en el segundo piso de la Terminal de Ómnibus un pasaje directo a Rafaela, sede de la Fiesta Nacional del Teatro. Nada. El primer ómnibus salía a las 16:30 y me dejaba, siete horas después, en la ruta 34, lejos de la ciudad. El directo a Rafaela, salía recién a las 23:30 hs. Yo estaba listo para el viaje; quería huir de esta Buenos Aires vertiginosa. Así que opté por viajar primero a Rosario, seguro que desde allí todo era más fácil. No. No era más fácil, sólo que no lo sabía.
A las 14:30 partía hacia la ciudad de Fito Páez, de Olmedo, del Che, de Grandinetti –ésa que nunca fue fundada– un micro, mejor dicho un macro enorme y verde llamado “El Rosarino”: Llegaba a las 18:30 hs. Eso me daba tiempo para tomar alguna conexión a Rafaela. No había ninguna conexión a Rafaela. Sólo una línea con el nombre del salteño “General Güemes” llega a ciudad del Turismo de Carretera, donde hay más de 47.000 autos y 42.000 motos para 90.000 habitantes. Con el pasaje me dieron una bandeja con un sánguche de pebete, jamón y queso, un alfajor de maicena y un pedazo de pastafrola “todo artesanal”. Rico y fresco, como el tiempo. El viaje era directo, pero tenía seis paradas; así es mi país. En Rosario, no venden boletos para Rafaela; sólo desde Buenos Aires se pueden comprar en Flecha Bus, Pulqui y San José (antes TATA); así de raro es mi país, podés comprar de una provincia a otra, pero dentro de la misma, no. ¿Por qué? Porque no. Y sanseacabó. ¿Está claro? Así es el cuarto mundo (si no, andá a ver cómo se viaja en el Zaire).
Decidí quedarme esa noche en la ciudad del Monumento a la Bandera, ver amigos entrañables y partir al alba del día siguiente. En el “Güemes” no te dan nada. Pero el viaje desde Rosario a Rafaela, está lleno de encantos y sorpresas. Es un viaje entre paisanos, que suben y bajan de pueblo en pueblo, de parada en parada. Y Santa Fe hacia el norte se pone cada vez más linda. Ya no es el paisaje vaca y pasto, pasto y vaca. No. Son chacras bien cuidadas, pastizales parejos y multicolores. Alambrados nuevos, cercas bien pintadas, vacas prolijas y bien educadas; vaquillonas por aquí, las terneras por allá, los chanchitos acullá. Pequeños bosquecillos, potreros mejores que el estadio Bernabeu, y en casi todos los campos unos cilindros de un metro cincuenta de altura, dos de ancho y setenta de largo, blancos y brillantes como iglús lapones.
Me llamaron la atención; ¿qué eran?, ¿qué tapaban? Parecían grandes cigarros espaciales que habían aterrizado hace pocas horas y estaban allí, esperando alguna señal secreta para la invasión terrícola, distribuidos estratégicamente por donde miraras.
Después me enteré de cuál era el secreto de esos enormes cigarros blancos: son los diamantes santafesinos: rollos de grama y pasto de dos centímetros de espesor, puestos uno junto al otro que son tapados herméticamente con fundas plásticas, casi metálicas y que se pudren al ser tapadas para convertirse en poco tiempo en uno de los fertilizantes más codiciados del mundo, pagados a precio oro, pues una cucharada de esa putrefacta combinación puede hacer crecer cualquier cosa hasta sobre una baldosa de mármol.
Por eso en Santa Fe dicen que tienen la mejor tierra de las pampas, y los mejores animales, y los mejores tambos. Y debe ser verdad. Seguro que es verdad. Se ve. Se huele. Se toca. Se come. Ahí están, a la vista del que vaya.
Pero lo que más llamó mi atención en el camino, fueron los nombres de algunas localidades que atraviesa la ruta 34: Angélica, Susana, Esperanza, la misma Rafaela, Eusebia, Josefina, Ramona, Rosita, todas ellas queridas y cuidadas por el Sr. Lehmann, un empresario de origen alemán que desarrolló la zona, afincó ganado y cultivos, crió adeptos y enemigos, mantuvo amantes y odiantes y su nombre está en las principales plazas, avenidas, monumentos y calles de ciudades, pueblos y villorrios. Parece que el Sr. Lehmann daba generosamente todo lo que podía. Y podía bastante.
Tal vez por eso logró, no sin esfuerzo, y algunos ataques de celos, domeñar a sus muchas mujeres y mantenerlas cerca, pero separadas. Y ahí están hoy sus nombres en los carteles verdes con borde gris de la ruta, prenunciando olores y perfumes, caricias y reproches, visitas furtivas y oficiales de esas mujeres que supieron conseguir favores, abriendo corazones y piernas al sajón conquistador.
Llegué a Rafaela el sábado por la mañana y ahí estaba Marcelo Algarbe Calamante, mi anfitrión, esperando en la Terminal (antes un ex mercado de abasto). Fui con él a la casa de Graciela Rubiolo, integrante del elenco Teatro Espacio que dirige Calamante. Allí estuve alojado los tres días que duró mi viaje, en una casita de techo a dos aguas, jardín adelante y al costado y todas la comodidades, que estaba a pocas cuadras del centro y a dos de una de las enormes fábricas que tiene en esta ciudad la firma Ilolay: yogures, quesos, dulces, mantecas, leches y todo aquello que se pueda sacar después de exprimir a una vaca (o a miles de ellas por día). Todo en Rafaela es Ilolay, pero también SanCor, y Arcor. Las grandes marcas tratan de poner pica en Flandes, pues estamos en una de las ciudades más ricas del país. Viven en una burbuja de industrialización agropecuaria del primer mundo. Tienen los campos y sembríos más fértiles del país. La carne más jugosa y barata. La desocupación casi no existe (0;8%). Frutas y verduras frescas. Un equipo de fútbol en primera división. Cada modelo y marca de automóviles que llega al país lleva las primeras diez unidades para ser probadas en Rafaela; después del test recién se distribuyen por el país. En Rafaela, casi no hay líneas de ómnibus; algunas pasan cada veinte minutos por las principales avenidas y hasta el anochecer, luego desaparecen. La gente de a pie (pocos en realidad) toman remises que valen muy poco: un viaje desde el centro a casi quince cuadras $2,50. Pagué $4,50 por hacerme llevar desde el CCItaliano hasta mi alojamiento (unas nueve cuadras) hacerme esperar quince minutos y el regreso al mismo sitio). En Baires ese mismo viaje me costaría $16 (cuatro veces más).
También tienen tres clubes aéreos: uno de aeromodelismo y planeadores, otro de avionetas y el otro el aeroclub militar, los tres bordeando una reciente pista de aterrizaje donde arriban jets internacionales construida por la anterior administración PJ y muy cuestionada por la actual radical; de todas maneras el gobernador Obeid no le cae bien a ninguna de las dos. Dice mi amigo Calamante, que los rafaelinos suelen abordar sus avionetas particulares, llegar a Ezeiza y ahí subirse directamente a los vuelos internacionales para ver teatro y ópera en Europa, desayunar en Tiffany o almorzar en la Tour d’Argent. Y que, además, lo hacen con frecuencia. Así las cosas por eso lares.

La Fiesta Nacional.(del Teatro y del Ternero)

Y digo del ternero, porque a los capitalinos no nos es frecuente asistir a la doma de potros, carreras cuadreras, sortija ¡huíja con la manija!, acorralar a las reses, enlazado y boleadoras, comer vizcacha y asado con cuero. Pero en el campo, sí. Y entonces fue curioso encontrar afiches donde las entradas a los teatros de la Fiesta Nacional costaban $2.-, y la entrada al paisanaje con payador incluido costaba $ 10.- Es que en Santa Fe, las cosas siempre son de otro modo. Por ejemplo, la siesta. En Rosario que, a pesar de muchos, queda en Santa Fe, todo se suspende de 1 de la tarde a las 4; son tres horas de quietud absoluta, salvo dos o tres bares y otro tanto de insomnes. En Rafaela, es peor (o mejor, según se vea con ojos abiertos o cerrados): durante la semana las cosas funcionan entre las 12:45 m y las 5 de la tarde. Sábados y domingos, todo muere a las 12 y recién parpadea después de las seis de la tarde. En esas largas seis horas no vuelan ni los pájaros. No hay un kiosco, locutorio ni bar abiertos. Los perros se echan donde estén y las personas desaparecen. Es verdaderamente las horas de los fantasmas (o los porteños que deambulan sin sentido ni saber qué pasa). Así es en Rafaela, en Sunchales, en Susana, Angélica, Eusebia, Josefina, Ramona o Esperanza. Nada se mueve. Nada. Todo el mundo descansa la bendita siesta. No hay tu tía que valga. Ni gato que maúlle, ni vaca que muge, ni ternero que respingue, ni perro que ladre. No se le mueve un pelo a nadie. La siesta es sagrada.
En ése escenario transcurrió la Fiesta del Teatro. Yo la viví tres días intensos. Intensos, porque en tres días vi. cinco obras, tres en Rafaela y dos en Sunchales, una de las subsedes 40 kilómetros más al norte. Vamos por partes, como dijo el amigo Jack. Además, asistí a una charla abierta con Rubén Zschumacher (director porteño), Clide Tello (crítico) y Carlos Pacheco (prensa del INT); hice tres reportajes a integrantes de elencos.
El sábado 17 de abril, por la mañana, cuando llegué a Rafaela, el centro de la Fiesta Nacional (del Teatro) estaba a sólo dos cuadras del CCItaliano, donde se acreditan los periodistas, se venden las entradas a $2 para los espectáculos del día, se hacen las famosas devoluciones (los críticos y jurados a los elencos participantes) desde las 10 de la mañana, y se encuentran amigos, enemigos y entenados, junto con vecinos y paisanos. Saqué credenciales para ver “Octetas en desconcierto” de Río Negro en el teatro Laserre (el más grande de la Fiesta) a las 20 hs., y para las 21:30 hs “Foz” de Capital Federal, en el exclusivo teatro “La Máscara”, un teatro-café-club que tiene público propio y es la elite de la actividad teatral rafaelina (dicen de ellos que se creen los másmás).
Octetas: un coro de doce voces (once mujeres y un hombre travestido), una presentadora patética y una directora sacada, enfrentan este equívoco de haber sido seleccionadas para una fiesta del teatro. Hablan con el público, lo conminan a aceptar todas sus extravagancias, cantan con gracia y desorden canciones de niños, temas de Charly García, un rap con letra de Sor Juana de la Cruz, y antiguos contrapuntos corales que mueven a risa y son generosamente recompensados por el aplauso y la aprobación del público, el mismo que siguió pidiendo bises cuando a las 9 y ½ de la noche tuvimos que salir en estampida corriendo las ocho cuadras largas de campo para llegar al otro teatro. El espectáculo es bueno, involucra desde al vamos a la platea (y también el pullman del Laserre); es un elenco afiatado y con recursos. Casi sin escenografía, apenas una mecedora a un costado y un atril, micrófono y guitarra, del otro. Las chicas del coro son espantosas, gordas, feas, flacas, mal pintadas, con pollera negra y moño al tono sobre blusa blanca con cuello de volados. Horribles, pobrecitas. Si embargo, se ponen al público en el bolsillo casi desde el comienzo y el final, inconcluso, termina con la platea divida en dos cantando y compitiendo entre ella.
Si bien no se un espectáculo de enorme calidad interpretativa o riesgo escénico, debe reconocérsele su mérito de involucrar al público en un ambiente festivo y participativo poco usual, donde los espectadores, por regla general, casi siempre son poco halagados.

Foz: esta puesta de Alejandro Catalán, y de la Ciudad de Buenos Aires, controversial, cinematográfica, protagonizada por tres hombres en la parte de atrás de una camioneta, con un lenguaje confuso, palabras entrecortadas, casi guturales, gestos violentos, relaciones enfermizas de un padre un hijo y un sirviente en medio de la nada y de la noche. Un ejercicio escénico feroz que, a mi modo de percibir, expresaba la torre de Babel en la que nos encontramos en la Argentina, donde se hablan lenguas incomprensibles, para resolver situaciones límites. No me gustó la propuesta; ya en 1998, en Rosario, vi algo parecido en la Fiesta Nacional, también a manos de otro elenco capitalino y sentí lo mismo: los porteños trataban, desde entonces, de imponer una dramaturgia a base de violencia y desconcierto, haciendo más una terapia de catarsis de psicodrama –válida para enfermos, neuróticos, pacientes y médicos–, que una propuesta teatral entre actores y público. Foz no sólo no me interesó, creo que es un engañamuchachos, reafirmado que el buen teatro no pasa desde hace bastante tiempo por la ciudad Capital (con casi 450 grupos, 80 salas y 120 espectáculos), sino por el trabajo eficaz de los grupos de las provincias, aun las más alejadas y desprovistas de ayuda oficial, como San Juan, Tierra del Fuego o Formosa.

El domingo 18, por la mañana, preferí hace algunas entrevistas a personajes de Rafaela, como a periodistas del diario Castellanos (el Página12 de Rafaela), Vicente, el principal librero de la ciudad y dueño de la librería “El saber”, y alguno de los integrantes de elencos llegados a la ciudad. A las 2 y ½ de la tarde, mis anfitriones, Maria Emilia y Marcelo Calamante, actriz y director del grupo Espacio de Rafaela, me comunican que estábamos invitados a la apertura de la subsede de la Fiesta en Sunchales, localidad a 40 kilómetros al norte; empezaba en pocos minutos la larga siesta dominguera. Logré mantener en pie a los pocos parroquianos que al mediodía rafaelino se reúnen para ver, absortos, deslumbrados y apasionados los avatares del TC (Turismo de Carretera) que se disputa en algún lugar del país. Hombres, mujeres y niños participan de esta particular locura, tomados de la mano y festejando cada giro, cada choque, cada voladura de guardabarros, parachoques, frenada, derrape o despiste de este despistado deporte que tuvo y tiene en Rafaela su centro más activo y campeones más nombrados. Y también al mozo, a quien convencí me sirviera uno de los platos del día: cazuela de mondongo a la italiana, por $ 2,50, más una Coca, pan y manteca, por supuesto Ilolay. Fue un festín que me permitió ver cómo un domingo Rafaela se despuebla, se vacía, sus gentes se evanescen, se esfuman, se transparentan, desaparecen. Así comienza el hábito sagrado de la siesta dominguera. Yo mismo tuve que recoger mi plato, la cazuela, limpiar las migas, sacudir la servilleta, llevar todo al mostrador, pagar mi cuenta. No quedaba un alma, ni la mía. Todo estaba quieto, en reposo. En siesta.
A las 2 y ½ apunté para el hotel Toscano, ése del nombre que eligió el Dante para unificar las lenguas y dialectos italianos, y que hoy habla el Nobel Darío Fó, o escribió poemas Pavese, recitó Gassman, o masculla el mafioso Berlusconi.
La camioneta Van estuvo puntual, también Maria Emilia y Marcelo aparecieron de la nada. Los actores de Locas Margaritas, el elenco de Neuquén, salieron del hotel y dieron instrucciones al chofer de Sunchales para ir a buscar la escenografía al CCItaliano. Cuando llegamos, por supuesto, no había nadie y estaba cerrado con llave. El líder de la Fiesta, Miguel Palma, de quien no se conoce casi nada como teatrista, almorzaba en la sede de la Fiesta Nacional del Ternero, la sociedad Rural de Rafaela, ajeno al compromiso contraído semanas antes, vía e-mail, fax y teléfono desde las altas montañas y el lago Nahuel Huapi, los indios mapuches, los adoradores de la Luna y su lágrima, la plata. No, Palma es indio pero del llano, del dios Sol, del asado y del vino, del oro, los malones y desplantes. Hubo que ir a buscarlo a la Rural para traerlo después de dos eructos, un brindis y algunas puteadas, para que las educadas bailarinas de los Andes pudieran sacar sus cosas del depósito. Partimos para el norte, a las 4 de la tarde.
Llegamos a Sunchales a las cinco. Locas Margaritas se quedaron en el CCultural para preparan su función a las ocho de la noche, según reza el programa verde y azul impreso meses antes. La hora de comienzo ya había sido divulgada hace semanas por el boca a boca y algunas camionetas municipales. También se entregó programas, afiches y folletos en los bancos –del Suquía, Provincia de Santa Fe, Nación– donde ponen sus depósitos (y muchas veces la vida) los campesinos, sus familias y amigos de la zona. Había una conferencia de prensa a las 6 y ½ de la tarde, con las autoridades locales y los invitados oficiales de la Fiesta, Palma, Rafael Bruzza (delegado provincial), Pacheco, el intendente, los miembros de Cultura de Sunchales.
Nosotros fuimos al CCultural alternativo, una inmensa barraca donde conocí a Gabina y Franco. Gabina, en realidad Gabriela Chiano es profesora de circo, clown, malabares, fuego y murga de Sunchales. Trabaja ahí desde hace cinco años, después de haber viajado con circos por toda América. Morocha, bajita, pero muy activa y mirada penetrante, Gabina arma vestuarios, enseña maquillaje, distribuye gorros, propone coreografías, atiende a las chicas, a sus madres, a los chicos que vienen a espiar y acompañar a sus hermanas, novias o prometidas. Porque en Sunchales hay tres murgas: una de 100 integrantes (la del Liceo), otra de 140 (la de los vecinos) y otra de 40 integrantes (de las barriadas de la zona). Claro que todas están integradas sólo por chicas (de 5 a 14 años de edad). Sólo mujeres, porque los chicos no se animan a vestirse y disfrazarse con lentejuelas, maquillarse el rostro con colores y coloretes: eso no es de hombres –dicen–, no podrían llegar a sus casas, a sus barrios así vestidos; les tomarían el pelo (u otras cosas), los excluirían aún más, serían la burla del colegio. Así que por ahora, en Sunchales, sólo bailan, provocan y se agitan las mujeres, las chicas. Los únicos chicos son los músicos (mejor dicho los tamboriles, tumberos y bombistos) que componen la batería de las murgas, cuyo director y arreglista es Franco. De él son la mayoría de los instrumentos y no logra que ninguna institución ni ente oficial, ponga algún subsidio para comprar más. Nosotros vimos ensayar a una de ellas (la del Liceo) que harían la apertura de la sede de la Fiesta antes de la función de Locas Margaritas. También pude conversar con Pablo Cuello, del grupo santafesino Caosmos, un elenco que trabaja “aire”. Me contó Pablo, cuando hicieron en la ciudad de Santa Fe, hace dos años, un espectáculo donde cubrieron el puente del río Paraná, con más de doscientas personas, antorchas, láser, música de Vangelis y chorros de agua coloreados; en otra oportunidad trabajaron grandes coreografías acuáticas en el lago de un dique, con enormes pelotas de varios metros de diámetro. También se descolgaron del Monumento a la Bandera en Rosario, de noche, con música y haces de luz. Aquí en Buenos Aires no vemos nada parecido desde la Organización Negra y sus hijos De la Guarda. Y esto ya hace bastante tiempo. Es más, sólo Green Peace hace cosas de esas, pero no para alegrar y deslumbrar al público sino para atentar contra la pasividad de las autoridades. Caosmos está todavía reclamando algunos pagos que se le deben hace más de un año, con autoridades santafesinas que aprendieron hace mucho tiempo a mirar para otro lado. Son de amianto, como el traje para incendios que se ponen algunos corredores (y gobernadores). Con ellos (no con Reutemann ni Obeid), con Gabina, Franco y sus chicas murgueras, algunas en zancos, ella con antorchas, ellos con sus bombos, apuntamos para el Cultural a las 6 y 45 de la tardenoche, para empezar con la murga a las siete, ya que función era a las ocho. No bien llegamos, la subsecretaria nos dice que la función se había suspendido para las 9:30, porque todavía no habían llegado los ociosos desde Rafaela (ociosos=Miguel Palma, Bruza, Pacheco, Clide Tello que estaban todavía disfrutando en la Rural la Fiesta Nacional del Ternero, espejos a la mano).
Así que hubo que esperarlos, escondiendo al Intendente, al secretario de Obras Públicas, al sub de Hacienda, al gerente del Banco, a las señoras del Intendente, la mujer del secretario de Obras Públicas, su hija y dos sobrinas, todas vestidas de blanco, a la mamá , la suegra y su señora esposa del sub de Hacienda, a la querida del gerente del Banco, a las hermanas del jefe de Policía, al jefe de Policía y un número de influyentes personalidades de la vida social de Sunchales, que debieron ponerse a recaudo en la confitería principal, de la plaza principal (que se llama Libertad) en la calle principal de la pequeña población de 15.000 habitantes de esta Sub Sede de la Fiesta Nacional del Teatro designada a última hora, cuando debió ser en la Santiago del Estero de los corruptos Juárez que gobernaron sin parar durante 50 calientes años y cayeron presos de una Intervención que viene desde el sur frío, muy frío, demasiado frío. Como la Fiesta Nacional de la Oveja (blanca y negra) y del Ternero.
Pero la delegación del INT, llegó. Llegó a las ocho menos cuarto y se instaló en el CCultural; llegaron raudos el Intendente, su mujer y su hijitas, el secretario de Obras Públicas y sus parientes, el sub de Hacienda y los suyos, el gerente del Banco y su querida, el jefe de Policía y toda la prole, los notables y notablas de Sunchales, las cámaras de TV del canal local, la radio local AM y FM, los fotógrafos de sociales del diario local y los antisociales de la fiesta, varios curiosos, tres pedigüeños, once ciclistas, seis motos y un personal de seguridad de tránsito, varios perros y dos mendigos, además de nosotros, las chicas de la murga y los bombos. Debimos esperar hasta las 8 y ½ a que terminara la conferencia de prensa donde, por supuesto, no se dijo nada importante pero estuvieron todos, como cabe. Después vino un vino, masitas y… ¡vamos rápido con la murga! (que duró quince minutos). A las 9 en punto de la noche los invitados pasaron a la sala de teatro del Cultural y comenzó la función de Locas Margaritas con la obra “Existenciarios”: con coreografía y dirección de Mariana Sirote, este grupo lleva más de 10 años presentándose sin ninguna ayuda oficial en Neuquén. Sus trabajos, muy pulidos y de alta entrega actoral y física, han recorrido muchas provincias argentinas y varios festivales internacionales por todo el mundo. Son un grupo afiatado y fuerte. Pueden no sólo abrir un festival, sino también cerrarlo como broche de oro (o de plata mapuche, si se quiere). La obra, generada a partir de los dibujos del libro Microcéfalos del neuquino Ramón Martínez Guarino, está llevada por seres generados en la filosofía existencialista, intuitivos, perceptivos, de grandes brazos y piernas y pequeñas cabezas, que han sido arrojados al mundo como una realidad inacabada y abierta.
La obra transcurre con fuertes efectos sonoros y lumínicos (o debió haber transcurridos con ellos, pues así fue concebida). Para ello enviaron con suficiente antelación planta de luces y necesidades escénicas, que fueron atendidas por las autoridades de la Fiesta Nacional del Ternero como corresponde: ¡a los ponchazos!
Los Locas Margaritas se las vieron de puntillas cuando llegaron al lugar y sólo había menos de la mitad de los aparatos lumínicos que precisaban como base. La sub de Cultura de Sunchales, una muchacha bonita y voluntariosa no entendía la demanda de estos provincianos del Sur. Qué se creían… ¿porteños?, ¿capitalinos?, ¿rosarigasinos?
Hay lo que hay, eso es todo.
Durante la obra, los actores/danzantes casi no pronuncian palabras. Hay un relator al comienzo y algunas baladas chayeras, música de montaña, de los llanos y casi malambos. Son como una versión de los bailarines vedas, se mueven con gran precisión y destreza, con fuerza y mucha concentración en un espacio chico. Yo miraba al público y los veía absolutamente fascinados y entregados durante los 55 minutos que duró la obra. Un espectáculo grande para un pueblo chico. Y resultó así. Los del INT volvieron a galope tendido a Rafaela sin ver al obra para no llegar tarde a la doma de potros, la carrera cuadrera, la sortija y las boleadoras, lazos, vinchas y culeros. “Existenciarios” diez puntos sobre diez, a pesar de las imprevisiones. El final fue festejado por un
generoso aplauso de los asistentes.
Como cuando entra el público a la sala, los actores ya están en escena, no se pudo hacer el acto de apertura al principio, sino al final, Habló, la sub de Cultura, el Intendente, la sub de Cultura, y la de prensa del municipio. Cuando salimos a la calle, ésta estaba muy concurrida. Los invitados de las nueve y media querían ver la obra. Ya eran las diez y diez de la noche y nadie les dijo a Locas Margaritas que debían hacer dos funciones en vez de una. O mejor, sí. La sub de Cultura, la morocha bonita, discutía con algunos de los integrantes de grupo neuquino para que estos hicieran otra función más, esa misma noche. Los neuquinos le contestaron que si estaba loca; primero la función era a las ocho; después tuvieron que prolongar la concentración y el comienzo porque los rafaelinos llegaron tarde, no hubo luces suficientes, tuvieron que soportar una murga nunca prevista; les obligaron a largar a las nueve; y ahora, a las diez y diez ¿querían que empezaran de nuevo? Estaban sacados los neuquinos. La discusión subía de tono a cada segundo y no había nadie que mediara. Al final ganaron los mapuches, pero les costó el abandono de todas las autoridades que, por el desaire se fueron a comer al Club del Ternero, dejándonos a todo el elenco, Gabina y Franco y nosotros cuatro (María Emilia, Marcelo Calamante, Virginia la Reina de Rafaela y quien escribe) más solos que Adán el día de la Madre. Nos iban a agasajar en un restaurante cerca de la plaza Libertad.
Allí fuimos caminando en grupos y a las 11 de la noche nos sentamos en una larga mesa, sin que hubiera nadie de Sunchales como anfitriones. Comimos como chanchos, nos bebimos todo; hasta chupamos los platos con helados. Solos éramos mejores. No necesitábamos a nadie. La luna, la plata y los misterios bailaban su chaya.
La Murga: Gabriela Chiano, Gabina, sabe contagiar a sus chicas el espíritu de la murga, del circo, de los malabares y del fuego que, en sus manos hacen dibujos contra el oscuro de la noche. Esas antorchas, sabiamente dirigidas, dejan su grosera llama a querosén, para transformarse en gigantescas estrellitas que trazan dibujos por arriba y por abajo, por delante y por la espalda, poniendo claridad donde no hay, haciendo ochos que se suceden y que escriben un jeroglífico en el aire desde el fondo de los tiempos. El fuego hizo cruzar al hombre de lo animal a la cultura: lo crudo y lo cocido, el antes y el después. Y esa fuerza aparece con las contorsiones, con los saltos, las idas y vueltas de las llamas. Franco azuzaba a sus pocos muchachos con redobles de distintos ritmos, de presentación, de potpurrí y de despedida. Las chicas bailaban haciendo brillar sus lentejuelas y maquillajes para atraer y espantar a vaya uno a saber qué demonios municipales. Es mérito enorme lo que están haciendo en Sunchales (hace poco estuvieron con ellos la murga uruguaya Falta y Resto en un encuentro); aunque tengan pocos chicos, aunque las autoridades fallen. Siempre habrá murga si son venales. Si no hay justicia, habrá escrache, dicen en H.I.J.O.S. Y la murga es eso, la protesta del pueblo, la alegría e insolencia para decir entre bombos y saltos lo que hay que decirles a las sub, a los INT, a los fun (cionarios), a los funk, y a quien no quiera escuchar, que si la historia la escriben los que ganan, entonces quiere decir que hay otra historia, quien quiera oír que oiga.
A las doce y media volvimos para Rafaela en el mismo Van que nos trajo. Llegamos a la primera hora del lunes. La noche anterior, me había acostado a las tres de la mañana, tocando timbre en casa ajena. Prometí hacerlo más temprano ese domingo. Y cumplí; eran la una y media cuando bajé del remís barato –apenas $ 2,50 el viaje–, toque el timbre y Carlos, el marido de Graciela Rubiolo, mis anfitriones, abrió la puerta con los ojos rojos del cansancio y el estar semidormido desde hace varios años.
El lunes era mi último día en Rafaela.
Faltaba que hiciera algunos reportajes, arreglara mi mochila, fuera a comprar el pasaje de regreso a Buenos Aires y viera alguna última obra antes del regreso.
Durante la mañana me quedé en la casa de mis anfitriones, conversando con la dueña, Graciela y una bonita mujer llamada Marisa, que vino a buscar a su hermano, Rodolfo. Éste, es un personaje singular, ex miembro de inteligencia de la marina durante el proceso, de unos sesenta años, que funge de periodista deportivo, dice tener varios programas en radios, conduce una cátedra de periodismo en uno de los Liceos de Rafaela, construye pequeñas cajas con maderas muy caras y exóticas, dice de él mismo que fue quien sacó del olvido a la corbeta “Uruguay” y que hoy se exhibe en Puerto Madero, que hace maquetas de barcos que están en museos e instituciones de la Armada, un hablador impenitente, mitómano incontrolable que estuvo en todas partes, viajó por todo el mundo, vivió todo, hizo todo y pretende pasar impune de un siglo a otro escondido a dos cuadras de una fábrica de yogur. Tengo que comunicarme con él, porque entre sus particularidades, está el haber escrito varios artículos y propuesto normas para la “libertad de prensa” que estoy ansioso por leer, ya que es tema constante de discusión en varios foros en los que participo.
Al mediodía enrumbé para la estación terminal a comprar el pasaje; no tuve en cuenta la hora (las horas) de la siesta y cuando llegué, ese enorme mercado de frutas y carnes que ahora sólo recibía ómnibus estaba prácticamente vacío y sus oficinas, despachos y ventanillas cerradas, excepto una, que también estaba cerrada pero que la atendía el somnoliento vendedor de la de al lado: “¿usted quiere pasaje en San José?”, “no están, pero yo puedo venderle igual” (¿¿??) Yo era pajuerano en Rafaela y si el tipito vendía, bien. Saqué un pasaje para las 22:30 hs. de ese lunes. Eso me daba tiempo para terminar con mis visitas sociales, hacer huevo en la oficina de Algarbe Calamante, charlar con María Emilia, Patricia y Marcelo, entrevistar a las Locas Margaritas e ir al teatro Laserre a ver la obra que, a las 20 hs., presentaban los delegados de provincia del presidente pingüino, Santa Cruz, a sala llena, festiva, casi irrespetuosa, con estudiantes rafaelinos; algunos de ellos pisaban por primera vez un teatro. La obra se llamaba:
“Genealogía del niño a mis espaldas”, de los grupos Etisac y Luces de Bengala, dirigida por Nilda Azar y con textos de Ignacio Apolo.
Un espanto. Un hombre mayor y un niño, divagando sobre supuestas verdades filosóficas sobre los problemas de comunicación entre dos generaciones que en realidad podían ser tres. Frases rimbombantes pretendiendo involucrar a un público demasiado movedizo y fiestero, poco interesado en asistir a una clase de filosofía un lunes. La obra era un plomazo, casi de corte estudiantina y los actores demasiado discursivos y poco naturales; la gente los despidió (mucho antes de que terminen) con un tibio aplauso. Santa Cruz debió enviar algún otro representante más fuerte, contundente (los hay entre los elencos patagónicos) para que trajeran como muestra de la provincia del presidente: Todos se rieron y burlaron de Santa Cruz, y eso no es bueno. Nunca es bueno, pero menos ahora. Terminada la función, invité a mis amigos anfitriones a comer al restaurante de la cazuela de mondongo, carnes, pizzas, cervezas, cocacolas, maníes y pan con manteca. A las 22 me despedí de ellos y apunté para la terminal con mi mochila a cuestas, muchos recuerdos, regalos y algún encontronazo.
Algún encontronazo: el sábado 17 de abril, recién llegado asistí a una de las charlas abiertas, llamadas “encuentros con los creadores”. Era a las 17 hs, coordinaba Clide Tello, el tema era el teatro de hoy, el mercado cultural y los creadores, y el invitado Rubén Szchumacher. Lo curioso era el lugar, la UCES, una sucursal de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Digo esto, porque conozco bastante de la actividad de la UCES, pues vivo a una cuadra de varias de sus distintas sedes en Capital Federal, y no es, precisamente un lugar donde se haga o discuta mucho sobre el teatro y otras actividades culturales. Es más, su icono mas preciado es un joven que soporta sobre su cabeza, aplastándolo, un inmenso libro, metáfora cuestionable si las hay.
La charla comenzó con algunas preguntas de Clide Tello, sobre cómo Szchumacher encaraba algunas de sus más promocionadas puestas. En la sala auditorio habían unas treinta personas, que con los minutos se transformaron en casi setenta. De todos modos parecían pocos (y la UCES está en pleno centro de Rafaela) aunque la mayoría parecían estudiantes y público rafaelino. Escuché en silencio y atentamente esa vieja técnica de hablar bien y mucho de uno mismo que pulula entre los porteños.
Schumacher habló de la modernidad y del mercado, y cómo los directores deberían hacer estudios y atender las demandas que el mercado y los nuevos públicos y lugares proponen; la gente escuchaba con atención estas nuevas propuestas venidas de la mano de un enviado de la ciudad que tiene más teatros del mundo y donde, por año, se venden más de tres millones de entradas para ver espectáculos (datos oficiales año 1999).
También dijo el capitalino que le sería muy difícil hacer teatro en la Puna, porque no sabía nada de los usos y costumbres de la gente de allá; que para eso debería irse a vivir a eso lares un tiempo largo y estudiar qué es lo que prefieren los coyas. Sin embargo tiró algunas líneas de su pensamiento posmoderno y vanguardista, atendiendo a las nuevas ideologías que proponen al mercado como un actor vivo y coleando.
Levanté la mano y pregunté si él estaría dispuesto a venir a Rafaela un tiempo, pagado por INT, alojado por la ciudad y sus vecinos (como me alojaron a mí, en casa de una familia, con el calor de una familia), trabajar con los alumnos, actores y directores de aquí y poner en práctica esos conceptos tan bien vertidos, acción mucho más fácil y económica que enviar cuarenta refaelinos a Buenos Aires.
La respuesta fue: “mmmmnnnn..., ejeeemmmm, mejor por ahora no sééémmm, creo que ya es hora de terminar la charla, y Carlos Pacheco, Clide Tello y el Rubén dieron las gracias y terminó la cuestión.
Nos fuimos de la UCES. Creo que nunca estuvimos en ella.
Cuando llegué a la terminal de Ómnibus para emprender el viaje, vi gente amontonada frente a la ventanilla de Transportes San José. El empleado de la ventanilla de al lado, el que me vendió el boleto, me dijo: “menos mal, señor, que vino antes, porque el ómnibus se rompió. Así que le hacemos un nuevo boleto por el mismo precio en Flecha Bus, que sale a las 11:15hs. Va a ir más cómodo, se duerme mejor”. Y era verdad, viajé muy cómodo esa noche fría de lunes desde Rafaela a Buenos Aires. Me alejaba en medio de la Fiesta Nacional del Teatro. También la del Ternero. El Flecha Bus atravesó y pasó rozando las faldas, los muslos, los senos, las bocas, los cabellos, las miradas furtivas, plenas de ansiosas caricias de Susana, Dionisia, Angélica, Esperanza, Rosita, Eusebia, la misma Rafaela, algunas de las mujer del Harém del Sr. Lehmann.

Gustavo Mac Lennan
gusmac@netex.com.ar
(011) 4813 0585
Ciudad de Buenos Aires
otoño de 2004

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