jueves, 21 de febrero de 2008

El señor de Kage

El señor de Kage
(GMcL, 22/10/2005)

Kage se llama Kage, porque yo se lo puse. Todos la llamaban Pichicha. Es gorda, negrita y de unos ojos azabache de mirada profunda. De pelo prieto, andar balanceándose, la cola erguida y el hocico siempre contra el piso. Pichicha es la perra de mi suegra, peruana, traída en avión y en una jaula de pájaros. Así la vi por primera vez en Ezeiza, los primeros meses de 1998. Recuerdo que la saqué de la jaula de alambre y la puse en mi falda. Ése fue nuestro primer viaje por la Argentina, juntos.
Cuando Kage llegó a nuestro departamento, se encontró con la Chichi, la perrita que habíamos adoptado recién nacida durante un sorteo en un programa de radio. Chichi era la dueña de casa. Pichicha la invasora. Una rubia y otra negra. La rubia, elegante, estilizada, con aires de familia Bunge. La negra, chusca, sin educación alguna y, para colmo, pisha y caga en cualquier parte sin aviso previo.
Mi suegra la crió muy mal (como a sus dos hijos). De cachorrita la metía en la ducha fría como castigo; y de grande le dio demasiados dulces, tortas, chocolates, papas fritas que la pusieron a la pobre perra gorda como una bola. Así la empezaron a llamar todos: “la gorda”. Luego le cayeron otros motes: “chancha”, “apestosa”, etc.
Yo la rebauticé. Primero fue Kage (su nombre público; así figura en todos sus certificados y vacunas) en honor a Kagemusha, el guerrero japonés autor del lema “La montaña no se mueve”•en una película asombrosa dirigida por Akira Kurosawa. En la intimidad la llamé “Gordición”. Pero la veterinaria que la atendió de sus varias dolencias, la excelente doctora Gabriela Guic, cuando yo llamaba por teléfono pidiendo cita, me decía “ah, el señor de Kage”. Y así quedó. Soy eso: “el señor de Kage.
Kage es un año mayor que Chichi, tenía cuatro cuando nos conocimos. Ahora tiene once. Una –la rubia– es la perrita bri. La otra es la perrita bru.
Cada vez que alguien llega a la casa, es un concierto (o desconcierto) de ladridos hasta que los recién llegados se sientan. Ahí se callan. Luego cada una va a ocupar su lugar de residencia: la Chichi el sofá de tres cuerpos, sobre algún almohadón o uno de los costados. Kage hace una especie de nido en el otro sofá y su cabeza queda colgando vigilante por el pasillo que va a la entrada. Ambas me enseñaron que los perros son pájaros frustrados, viven y duermen haciendo nidos en los almohadones de plumas. Chichi es alegre y gruñona, sólo hace pis en el balcón o sobre un trapo de piso; sólo hace caca en el balcón, o dentro del baño y cuando nadie la ve. Kage es un desastre mea y caga en cualquier parte. Mea ríos de pis y caga enormes soretes. Pero cuando lo hace viene corriendo a avisarnos, saltando de alegría como diciendo “¡lo hice!, lo hice!”, “pude hacer caca y ése es mi regalo para ustedes”. Y aprendimos a levantar su caca sin asco. También a forrar pasillos y habitaciones con papeles de diario cada vez que mea. Sí, es imposible no ver a Kage. Se echa al suelo y no se mueve, no importa donde esté. No se mueve. Y uno tiene que esquivarla o llevársela por delante. Además, siempre que te das vuelta, la pisás. Ahí está Kage, debajo de tu pie. Nunca falla.
Las saco a pasear al parque Vicente López y van contentas y orgullosas; una, Chichi adelante, abriendo camino. Otra. Kage, más atrás el morro contra el piso. La gente nos mira a los tres. Son dos perritas preciosas y queribles. En esos paseos por la plaza, descubrí la vida de los vecinos y sus perros de todos los tamaños. Allí encontré a “Polvorita” el perrito más veloz del barrio. “Polvorita” corre a más de 100 kilómetros por hora, sorteando árboles, cercas, perros, soretes y gentes con una habilidad vertiginosa. Es chiquito y con su cola recortada. También vi peleas de mastines enormes y de sus dueños. No comprendo cómo hay gente que tiene perros de pelea (dogos, pit wailers, dobermans y así) en pequeños departamentos. Si es por seguridad propia, están sacrificando las necesidades de semejantes animales en un acto egoísta.
Con Kage y Chicha salimos casi todos los días al parque. Y es el paseo obligado cuando tenemos visita con la veterinaria. Kage hace siempre primero pis en el césped y luego caca. Hace caca y pis todas las veces que puede. Y puede mucho.
Además, Kage, como cada animal viviente tiene su gracia propia: Le levanto sus patas delanteras, ella se sienta sobre su rabo en la cama o un sillón, queda así en dos patitas y la empujo suavemente hacia atrás, cayendo como bolsa de papas. Ésa es su gracia; o era, porque de tan gorda (por los caramelos, los chocolates y las tortas) se le venció la columna. Se le dobló el lomo y no podía caminar. La veterinaria, a donde fuimos de urgencia, me dijo “mmmmhh, esto es muy delicado, no sé si se va a arreglar”.
Así que la llevé al otro lado de la ciudad para hacerle unas radiografías. Con ese resultado comenzamos un tratamiento a base de inyecciones con corticoides y calmantes. Fueron varios meses y Kage se recompuso. Valga esto para decir que Kage es una perrita muy dócil, pero que sabe morder. Chicha no, no sabe. Al único que Kage le permite alzarla, voltarla, subirla, bajarla, abrirle el hocico, retorcerle las orejas, tirarle de las patas, ponerle su arnés, es a mí. A cualquier otro, lo muerde. Ni siquiera mosquea cuando le pongo esas horribles inyecciones. Soy es único puede hacerlo. Es que Kage me adoptó cuando abandonó a mi suegra como dueña. Busca dónde me voy a sentar, o echar o acostar y ahí está ella, junto a mí, a mis pies. Espera mirando la puerta de entrada al departamento para ver cuando llego. Y, me cuentan, cuando hago algún viaje largo, se queda mirando la entrada sin moverse, como una montaña. Por eso también la llamo “La Mole”. Es muy mole. Tiene una entereza especial. Hace unos pocos meses atrás tuve que castrarla porque se le hinchó su útero y se le infectó; debía pesar algunos gramos y estaba del tamaño de un kilo; casi la perdemos, pero se salvó. Es que Kage tiene unas enormes ganas de vivir y convivir. Siente que por fin forma de una familia que la entiende, la mima y la quiere.
Ahora ya es una perrita adulta; tiene diez años y eso la convierte en algo así como un humano que roza los cincuenta. Cruzó de océano, los Andes, viajo de Perú a las pampas argentinas, se hizo hermana de una perrita rubia y malgeniada. Entre las dos hacen una pareja formidable.
En diciembre del año pasado le descubrimos un linfoma maligno; algo así como cáncer en los ganglios. Se le hincharon sobre todo los de las amígdalas, pero también los ventrales y los de las patas traseras. La hice ver por un oncólogo (médico del cáncer) y comenzamos un riguroso tratamiento que duró 8 meses, con quimioterapia a base de inyecciones una vez a la semana y luego cada veintiún días. Es muy fuerte. Kage y el tratamiento. Todo es muy fuerte, pero lo soporta con entereza y valentía, más que nosotros, que a veces trastabillamos. Es tanta las ganas de vivir de Kage que salió adelante y se mejoró, incluso bajó de peso y se puso más estilizada. Su arnés ahora le queda grande. Y la Chichi, al revés, está engordando. Hacen todo a la par, pero al revés. La semana pasada Kage amaneció con los ojos grises, opacos y otra vez los malditos ganglios inflamados. La hicimos ver por un oftalmólogo, y otra vez el oncólogo. La medicina de uno se tropezaba con el tratamiento del otro. Nosotros todos íbamos de aquí para allá.
El martes 18 de este mes la llevé a la veterinaria y Kage no estaba bien. Teníamos que decidir qué hacer para empezar el tratamiento. El jueves tuve que grabar en TV y no pude llevarla al médico .Kage había estado vomitando; le di unas gotas y esperamos. Dejó de vomitar pero casi no podía caminar. Las manchas grises de los ojos la tenían casi ciega, se tropezaba contra las paredes y las patas de las sillas y se echaba agitada en el suelo. Esa noche del jueves dormí en el suelo con ella y le hablé. Le dije que no se preocupara, que no iba a permitir que sufra. A la mañana siguiente fui a grabar otra vez y estaba decido a llevarla a la veterinaria por la tarde para que “la ponga a dormir”.
No fue necesario. Kage se murió solita después que me despedí de ella en la mañana del viernes 21 de octubre. Luz y la Chichi salieron a dar una vuelta y la encontraron así, como dormida, sin dolor; no quiso que nadie la viera morirse. Lo hizo sola, como “La Mole”, como “la montaña que jamás se mueve”. Desde ayer, tengo un pozo profundo de dolor y soledad que nada podrá llenarlo nunca. Espero poder llevarlo sin que se note. Como corresponde a “El señor de Kage”.

Gustavo Mac Lennan, 22 de octubre de 2005

No hay comentarios: