sábado, 23 de febrero de 2008

La casa de gobierno está vacía...

¿Qué pasa si mañana se van todos de Balcarce 50?
Una idea peregrina de GMcL (23/7/02)


Ese martes por la mañana, la rosada casa amaneció vacía. Sus eventuales ocupantes habían partido silenciosos. Levantaron oficinas, vaciaron escritorios, cerraron biseles, llaves, ceniceros, despidieron a las otras servidumbres –desconociendo que ellos eran también servidores– y se fueron. Simplemente se fueron a sus casas, cansados de los insultos, de la inoperancia propia y ajena, del peso de responsabilidades imposibles de cumplir, de llamadas nunca contestadas, de otras llamadas imposible de contestar, de traiciones familiares, amigos desleales y de haber estado allí, no por la gracia de Dios, sino por desgracia. Los dos bajitos de Lomas de Zamora, eran sólo eso: dos personas pequeñas.
Así que se fueron. El jefe de la casa militar de la rosada casa del eterno desgobierno dio asueto a los granaderos sin granadas, el valet oficial despidió a los ya pocos y mal pagados asistentes, los jardineros se subieron a sus vetustas bicicletas, el municipio levantó las vallas que impedían que vallas más allá de dónde vallas no vas a ninguna parte y, como estuvo prenunciado hace pocos días, las palomas hacía tiempo que se habían alejado de la plaza de la pirámide que esconde a la verdadera pirámide, y que espera que el 8 de octubre de 2006, se desentierre el mensaje a los jóvenes que dejó como legado Perón a la posteridad para que nunca lo olviden.
¿Qué pasa si una mañana nos enteramos que nadie vive ni gobierna en Balcarce 50? Que ya nadie quiere gobernar desde esa dirección ni desde ninguna otra. Que los que hoy se denominan partidos políticos, son apenas escuálidos destacamentos con tan pocos adherentes que no pueden superar a los viejos socios de un club de barrio.
Esta posibilidad, que parece salida de una afiebrada mente –o de un fabulero cuentista–, parece hoy no sólo posible, sino más que probable, necesaria. “Que se vayan todos” es el grito unánime de la popular. Lo escuchamos casi todos lo días en las mesas familiares, en los cafés, en las plazas y en los barrios. Y frente a la rosada casa del desgobierno, hasta hace muy poco: el 9 de Julio “día de la segunda independencia y la refundación”.
— Ché,… no queda nadie en la Rosada —dijo un laburante que pasaba por la Plaza. —Y ahora, ¿qué hacemos? —le respondió una muchacha que cruzaba.
— ¡Qué cagada!, –dijo otro–, irse así, sin avisar… ¿ves que eran unos irresponsables?
— Este país es una joda…, así, cómo vamos a salir de esta crisis —balbuceó una señora que llevaba del brazo a una señora que le daba el brazo que nunca se tuerce.
— Llamemos al Chapulín Colorado…, ése nos va a defender cuando todos se rindan —dijo el chistoso de siempre.
Pero era verdad: en Balcarce 50 no había nadie ni nada. Ni los ecos de viejas historias, de golpes de Estado, de asonadas, de sonadas, de so, ni de nadas. No quedaba nadie. ¿Y ahora?
Algunas cabezas miraron para el edificio que está del otro lado de la famosa avenida de los meses mayos frente a la plaza de ciertos congresos. Pero allí tampoco había nadie. Los están buscando para romperles el alma, el culo o lo que sea, a los más de trescientos diputruchos y cenadores de esta farsa con escena incluida, sin laudo. Allí, en la esquina entre dos ríos –uno de sobornos y el otro muy corrupto– y la vía árida muy rápida de esa avenida que viene y va, que nace siendo calle y que encalla presta, para que sobre la callé que no sirve para’na se convierta en ancha e inútil, hasta que en plaza del caballito negro toma las dos manos (en la lata), ésas que están sucias, demasiado sucias para ser limpiadas y por eso los buscan a todos, les pegan a algunos y no los quieren a ninguno. Decía que miraron al edificio coronado de laureles que nunca supimos conseguir y una cuadriga que parece lanzarse al vacío como metáfora argentina, y se dijeron al unísono: —No…, ahí tampoco queda ya nadie que gobierne. De allí salió éste que se fue, entre gallos y media noche.
Entonces las miradas corrigieron su dirección y apuntaron dos cuadras más allá del Obelisco, en Talcahuano 550. Eran miradas en diagonal norte, oblicuas, torcidas, casi torvas. Miradas de desconfianza hacia el nazareno poco cristiano que, perjuro, se prevaricó, torciendo las pocas tablas tan rotas desde el incidente en el monte Sinaí, donde este ministro que abjuró rasgándose sus vestiduras, prefiere el becerro de oro, el belusio, el boggiano, el fayt, que las buenas leyes que deberían regirnos a los hombres. —No…, ahí tampoco ya queda nadie que gobierne. A ésos los van a cocinar las cacerolas de los acorralados por el corralito con Artaza a la cabeza.
Entonces las miradas se volvieron sobre ellas mismas.
— ¿Y ahora qué?
Ahora llega, tal vez, la ahora de escuchar a los pueblos.
“Que se vayan todos”, quiere decir eso: que se vayan todos los que no sirven, los que no sirvieron ni fueron servidores públicos. Los que se presentaron, fueron elegidos y no cumplieron. Los traidores, los desleales, los negligentes, los delincuentes, los del pan y los de guantes blancos. Los de zapatitos ídem y labia rápida. Los que hablan para no escuchar. Los que no escuchan. Los que meten a sus familiares en los puestos públicos, los que negocian cargos, los punteros, los que reparten subsidios contra votos. Los que contratan ómnibus, los de la listas sábanas, los que siempre dicen que no, que no hay, que no están o que están en reunión, o que mejor vuelva mañana. Todos los funcionarios, sin excepción. Todos los empleados públicos, sin excepciones. Que se disuelvan las policías, todas, sin excepciones. Todas las fuerzas armadas, todas. Que se den por terminadas todas las ONG y todas las Fundaciones. Todos los organismos autónomos, autárquicos, mixtos, públicos y semipúblicos. Todos. Son, unos tres millones de personas. Habrá otros dos millones alrededor de ellos. En total, cinco millones. No importa, Hay treinta y un millones de personas en el país para reemplazarlos. De un saque ocuparíamos a cinco millones de desocupados y los cinco millones de inútiles, serían eso: cinco millones de inútiles que habrá que ver, qué se hace con ellos. De hecho más de 500.000 van a ir presos por delincuentes. Otro millón va a querer irse al extranjero. Otro millón volverá a sus tierras de origen, con el rabo entre la cola y la cabeza gacha de vergüenza. No llegaron a la tierra prometida, ni fueron toro en su corral ni torazo en corral ajeno. Tendrán que rendir cuenta de lo no hecho durante estos años frente a los propios.
En realidad el problema lo tendremos con más o menos dos millones y medio de argentinos corruptos, algo menos del ocho por ciento de los habitantes del país. No estaría mal ponerlos a trabajar en acciones solidarias, o el llamado “probation” –voluntarios de hospitales, barrenderos en tierras fiscales, parques, plazas, líneas ferroviarias, limpieza de transporte público, relleno de baches, cuidado de árboles, atención de animales sueltos en la vía pública y, en un régimen de dos por uno, ponerlos a trabajar en la construcción de salas de salud, aulas nuevas, reconstrucción de talleres, fábricas, galpones, reciclado de lugares para el uso del ocio y paseos de personas de la tercera edad y lugares de juego de niños y adolescentes– y cosas así.
Aquellos que por vergüenza a la exposición pública prefieran el anonimato, pueden ser destinados a la creación y extensión de caminos en las rutas nacionales, de creación y construcción de puentes y pasos para peatones, de riberas para el paseo en lagunas y lagos, del afirmado de dunas y, sobre todo, de la aplicación de los planos y propuestas de Florentino Ameghino para el drenaje de las lluvias y el evitamiento de las inundaciones en la provincia de Buenos Aires. Mientras tanto, pueden ir construyendo sus propios hábitats de reclusión y exclusión, siguiendo los principios de los Tres Asentamientos Humanos propuestos por Le Corbusier, para no sentirse relegados a condiciones precarias.
Habrá que escuchar a los piqueteros, a los pobladores de los asentamientos del conurbano, a los médicos del hospital Malbrán, a las madres de los comedores populares, a las Madres del Plaza de Mayo, a los miembros de las comunidades indígenas, a los de los MTD, a los cartoneros, a las Asambleas Barriales de todo el país, a la Red Solidaria, a los motoqueros, a todos aquellos que nunca fueron escuchados. E ir poco a poco diseñando, con tiempo, sin prisas, un nuevo régimen, una nueva manera de mirarnos y mirar, de escucharnos y escuchar, de hacernos país. Tenemos todo el tiempo necesario. Ya no cabe la pregunta, ¿y mientras tánto? Primero, ser solidarios con aquellos que necesitan ya, enfermos, ancianos, niños, hambrientos, indefensos, no importa la especie, la raza, el color o la edad. Luego ir trazando las líneas para que nadie se quede afuera de nada.
Los argentinos hemos demostrado que sabemos ser solidarios, muy solidarios. Tanto como estúpidos y tolerantes. Pero, desde que no hay nadie en Balcarce 50, eso se terminó. Ahora tenemos la obligación de velar por todos, todo el tiempo. Ya no podemos dudar. Ha pasado algo insólito y debemos poner la cara. Hoy lunes, pasé por la rosada casa del desgobierno y vi que alguien estaba cerrando una ventana del segundo piso.
¿Qué pasa si mañana no queda nadie en Balcarce 50? ¿Qué pasa?


Gustavo Mac Lennan
gusmac@tutopia.com

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