sábado, 23 de febrero de 2008

Políticas culturales

La segunda lección de Kathinka
Instituto Goethe (9/8/2001)

La primera fue en octubre del año pasado, en ese mismo lugar, y el tema: Políticas Culturales. Hoy era otro: Industrias Culturales. Éramos unas ochenta personas (y algunos pocos personajes). Por decir lo menos, lo de Dittrich* fue brillante. Hizo un relato pormenorizado de cómo se estructura esta actividad, no sólo en su Alemania natal, sino en la nueva Unión Europea (toda Europa menos Suiza). Y lo hizo siguiendo a pie juntillas dos de sus consignas: a) pensar globalmente y actuar localmente, y b) los políticos sólo entienden con cifras contundentes, estadísticas al día y sistemas bien diseñados. Su intervención de poco más de cincuenta minutos versó no sólo sobre los logros en la pequeña ciudad de Colonia, sino en toda Alemania y se extendió a esa instancia tan poco comprensible para nosotros, el supra Estado multieuropeo. Definió en pocas palabras al enemigo más peligroso: Estados Unidos. Es más, a la hora de la ronda de preguntas con el público, le señaló a la representante yanqui los defectos y puntos flojos que tiene el sistema norteamericano hoy día con respecto a la educación y la cultura. No es fácil hacer esto en un contexto como el nuestro deslumbrado por lo que nos impone Estados Unidos: relaciones carnales y paridad (¿¿??) peso/dólar incluidos. Tuvo la gentileza de escuchar los dislates que contó la representante de la Unidad de Cuentas Nacionales (que elabora el PBI argentino) y que intenta hacer desde el gobierno una investigación sobre el comportamiento de los actores culturales, y que confesó que no sólo los organismos privados la miran con recelo pensando que es una pesquisa tributaria, sino que los propios estamentos del Estado le niegan y ocultan cualquier información. Pero así y todo nos brindó, traducción de por medio, una variada visión de las Industrias Culturales, del otro lado del charco. Las definió, las agrupó, las delineó, hizo ácidas críticas y lanzó algunas propuestas —como la de la creación de una Feria de los Medios—, propuesta que tomo ya para aplicarla en el marco del Mercosur en su intento de integrar al Perú en este rincón del planeta. Señaló que la economía de la cultura tenía tres patas que interactúan entre sí: 1) los artistas, 2) el público, y 3)los intermediadores. Cada una de ellas necesita una atención adecuada, y en cada una de ellas el Estado puede y debe intervenir para facilitar, para regular, para normar. No sólo los Estados nacionales, sino también ese supra Estado que es la Unión Europea, donde golpean la puerta cada municipio, cada ciudad y pueblito, invocando que se respeten tradiciones, religiones, diferencias, hábitos y representatividades. En todo momento señaló que no se trata de exportar ni importar experiencias ajenas, sino de desarrollar las propias desde el consenso, pero siendo audaces en las propuestas y, algunas veces, hasta algo locos. Qué hace el Estado en todo esto, desde la biblioteca municipal hasta las giras internacionales, es la llave. Cómo hay que involucrar a los políticos, facilitar a la actividad privada, apoyar las demandas de los receptores y satisfacer la de los hacedores. Breve, sencillo, detallado y en sólo 50 minutos. Por eso digo que la segunda lección de Kathinka fue brillante. Gracias, señora.
Levanté la mano para decir algunas cosas, pero el tiempo nos ganó y hubo que irse. Me referiré a dos cosas. 1) lo que le insinué al otro orador, Bayardo, de la UNGSM, y 2) la intervención (toda una confesión de incapacidad) del responsable de Industrias Culturales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ricardo Manetti.
Lo de Bayardo me sorprendió, me desconcertó por provenir de un universitario. No sólo hizo algunas temerarias afirmaciones —a mi juicio incorrectas—, sino que mostró una enorme incapacidad para la autocrítica. Aclaro. dijo, por ejemplo, que recién ahora el Estado estaba tomando conciencia de la importancia que tienen los eventos culturales. Se olvida Bayardo que el Teatro General San Martín fue diseñado y construido en el principio de los años sesenta. Que mucho antes de eso, y con fuerte intervención estatal y municipal, se construyeron salas como El Círculo de Rosario, el Verdi de Cañada de Gómez, Unione & Benevolenza o el 25 de Mayo (en Villa Urquiza) de la Capital Federal, el Roma de Avellaneda, el Argentino de La Plata o el San Martín de Córdoba, donde actuaron, bailaron, tocaron y cantaron figuras como Caruso, Squipa, la Duse, la Bernhardt, Gardel y muchos más. En alguna de sus butacas estuvieron sentados Einstein, Pío XII, la Infanta Isabel, Joseph Broz “Tito”, Gombrowicz y Roger Caillois, amigo de Victoria Ocampo. No, no es cierto que las autoridades de ahora se estén dando cuenta. Más bien no se dan cuenta de nada y siguen la política de mirar siempre para otro lado. Recordemos que fueron secretarios de Cultura (con rango de ministros y jubilaciones de privilegio ídem) ya en la época de la democracia nombres como Carlos Gorostiza, dramaturgo; Marcos Aguinis, multipremiado literato; Mario “Pacho O’Donnell, cotizado psicoanalista y pintor y ahora devenido escritor histórico (bajo su venia se promulgo la Ley 24800 Nacional del Teatro).
El problema, Bayardo, no es la plata, ni los funcionarios, ni siquiera los políticos. El problema es que nadie quiere hacerse cargo. De nada. Por ejemplo, ustedes, los universitarios, han abandonado la Cultura con la excusa del recorte de presupuestos (que es serio e importante, no hay duda). Pero las universidades se olvidan de que, en 1952, Galina Tolmacheva creó la única carrera oficial con título de actor en la Universidad de Mendoza (Cuyo). O que hasta entrados los setenta, donde hoy está el Hospital de Clínicas —que depende de la UBA—, estaba el ITUBA, Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires dirigido por Oscar Fessler, alumno de Tóporkov el mejor discípulo de Stanislavsky.
¿No es acaso el Centro Cultural Rojas de la UBA? ¿No fue su administrador artístico durante años el ex secretario de Cultura de la Ciudad —y hoy de la Nación— el movilero de Utilísima, Darío Lopérfido? ¿No llevó él a Ricardo Manetti al local del ex diario La Prensa (hoy Casa de la Cultura de la Ciudad) a trabajar? ¿No dijo Jorge Telerman que seguiría los pasos (los de Lopérfido) al pie de la letra? Yo lo escuché. En Canal 7 (ex ATC), cuando fundó el INDAC (Instituto Nacional de Acción Cultural) el año pasado. ¿De verdad piensa Bayardo que la responsabilidad es del Estado o de alguno de sus funcionarios? ¿No se tragó ese Estado ya a Osvaldo Dragún, a J. C. Gené, a Sergio Renán, regurgitó a Kive Staiff varias veces, hipó a Luis Brandoni (diputado nacional), a Onofre Lovero, a Rubens Correa, a Lito Cruz?
¿Y la Universidad, qué? ¿No es acaso su ámbito el de la investigación? ¿Qué esperan los universitarios para hacer las investigaciones que reclaman? ¿Quién mejor que ellos para relevar al país y su Cultura de arriba abajo, de la A a la Z? ¿Quién puede ser más confiable que los universitarios para comparar datos, armar estadísticas veraces, datos válidos con los que enfrentar a los políticos y a las Políticas? Ése es el desafío, Bayardo. Ésa es la deuda que tiene pendiente la Universidad y los universitarios. Sólo ellos tienen la gente, los medios y, sobre todo, la inteligencia. Son los únicos. No hay otros. Ojalá puedan darse cuenta rápido. Esto no es una queja ni una pase de facturas. Es, apenas, una propuesta. Una simple propuesta.
El otro punto es la desafortunada intervención del representante oficial de las Industrias Culturales de la Ciudad. ¡Qué horror! Al comienzo sentí vergüenza ajena. Después, con los minutos, comprendí. Manetti no estaba cuestionando a Dittrich porque ella habló de un pequeño pueblo perdido en la campiña alemana, donde, con mucho presupuesto, sus pocos habitantes después de cincuenta años de gozosa democracia jugaban, mientras bebían cerveza y comían chucrut, al viejo juego de los ricos y los gordos de la cultura. No, no estaba haciendo eso. Estaba confesando que ni él ni nadie puede con esta indomable Buenos Aires de tres y medio millones de habitantes y otros ocho millones que desembarcan en ella cada día. ¿Qué pueden hacer en Cultura con los apenas 154 millones de pesos (y no 132 millones de pesos, como dijo Massuh) de presupuesto para 2001? ¿Alguien supone que con el cuatro por ciento del presupuesto de la Ciudad se puede saciar ese hambre de voraz Cultura que tiene? ¿Y la policulturalidad? ¿Y los cien barrios porteños? ¿Y el Plan Urbano Ambiental 2000? ¿Y la competitividad que prenunció Cavallo y quiere aplicar ese otro de apellido germano, Telerman? ¡Qué horror! Estábamos presenciando un acto de humillación. Con cada palabra de exégesis, el funcionario se flagelaba como con alambre de púas, allí, delante nuestro (perdón, atrás, porque se sentó atrás y se fue rápido cuando Massuh lo increpó sobre la “subestimación”). Sólo mostraba su incapacidad. Pero no la personal, sino la del discurso oficial de estos yuppies, que aprendieron tres palabras en algún cursillo por e-mail de Harvard: mercado, rating, megashows. Era penoso escucharlo. Menos mal que mis oídos llevan varios años de entrenamiento en lides con ellos. Pero deben haber lastimado los de varios de los jóvenes que estaban allí presentes. ¡Qué capacidad tienen nuestros funcionarios para hacernos quedar mal, siempre! ¿Sabrá Manetti que la inversión total en cultura en la Argentina está cerca de los setecientos millones, y que apenas el quince por ciento de esa cifra llega a sus legítimos destinatarios? ¿Qué el otro ochenta y cinco por ciento se disuelve en burocracia y corrupción? ¿Qué la Secretaría de Cultura de la Nación (ésa donde ayer hubo un piquete en su puerta de la avenida Alvear y Rodríguez Peña contra el ajuste) sólo puede rendir cuentas de sesenta y cinco millones de pesos por año y no sabe todavía hoy cuánto se destina en cada una de las veintitrés provincias restantes? ¿Sabe el funcionario responsable de las Industrias Culturales que debió suspenderse el Concierto de piano Nº 4, de Rachmaninov, que figuraba en el programa junto con la Orquesta Sinfónica Nacional el 27 de julio pasado., y que con la solista Elsa Púppulo debieron improvisar otro de Mozart porque la Secretaría de Cultura tenía impaga a la editorial que facilita las partituras (veáse carta de lectores de La Nación, “Músicos solidarios”, del 9/8/2001)? ¿Sabe también que la función de abono de antes de ayer en el Teatro Colón también tuvo su “piquete” a la salida (veáse Sección Espectáculos del mismo día y diario)? ¿Contó los múltiples “abrazos solidarios” en rechazo a la falta de soluciones del gobierno local y nacional que dan casi todos los días bailarines, músicos, cantantes, técnicos y administrativos del primer coliseo de la ciudad? ¿De qué se ufana el mequetrefe?
Perdón, señora. Y muchas gracias por estas dos lecciones.
Atentamente,
Gustavo Mac Lennan
telf: 4813 0585 perrilete@yahoo.com gustavomaclennan@hotmail.com

Kathinka Dittrich van Weringh se doctoró en la Universidad de Amsterdam sobre "El cine de los Países Bajos en los años 30 y la Emigración Alemana", Historia de la producción cinematográfica de los años 20 (1987). Ex secretaria de Cultura de la Ciudad de Colonia, Alemania. Ex directora general de programación del Goehte-Institut (Sede Central). Directora Fundadora del Goethe-Institut de Moscú; Governour of the European Cultural Foundation, Amsterdam; Member of its Executive Committee; Medmber of the Executive Committee of the Fund for Eastern and Central European Book Projects, Amsterdam; Premio Aleksandr Men 1995 (que se otorga a aquellas personalidades que se distinguen por abrir y profundizar el diálogo entre Rusia y Alemania). Numerosas publicaciones y conferencias en Sidney, Amsterdam, Hong Kong, Colonia, Buenos Aires, Londres, Barcelona, sobre temas de gestión cultural: « Sólo quien piensa de manera global, pero actúa de manera local, puede tomar parte activa en el diálogo cultural internacional».
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