sábado, 23 de febrero de 2008

Sobre el cuerpo

EL CUERPO (GMcL, 3/9/07)

Por un cuerpo
Bailando por un cuerpo
Cuerpo de baile
Ponele el cuerpo
Cuerpo al cuerpo
Cuerpo de ejército
Lo que menos importa es el cuerpo
Había que poner el cuerpo
Mi cuerpo es inseparable (Túpac Amarú)
Mi cuerpo es insuperable (Marilyn Monroe)
La librería tiene 2000 cuerpos
Cuerpo diplomático
Un armario de dos cuerpos
El cuerpo del delito
Cuerpo a cuerpo
A cuerpo de rey
En cuerpo y alma
Me volvió el alma al cuerpo
(y siguen los cuerpos...)

Me llegó un mail del Perú donde se anunciaba el final de temporada de una obra de teatro; y el mail decía: “Ultimas funciones de El Cuerpo femenino”.
Y se me ocurrió preguntarme: ¿por qué y cuáles son las últimas funciones del cuerpo femenino. ¿Y las primeras? ¿Sólo hay cuerpo femenino? ¿Qué tiene de singular? No tengo muchas respuestas, más bien son interrogantes. Pero bienvenidos sean.
Desde el teatro –y esto no pretende dictar ninguna cátedra– el cuerpo es lo más importante. Somos actores porque accionamos con el cuerpo. Si sólo habláramos seríamos locutores. Y aun así la voz sale del cuerpo. Pero el cuerpo, su exposición y valoración, ha cambiado. Cambió en la Medicina, donde el cuerpo está descuartizado en especialidades irreconciliables. Cambió en la televisión, donde antes sólo se privilegiaba la cara (PP – primer plano) para dar realidad a la imagen chica y ahora lo que vale es el cuerpo entero, desnudo y si es femenino y con portaligas, mejor (aunque los portaligas, senos, maquillajes, plumas y tacones han dejado de ser atributos sólo femeninos).
Todo esto, a mi entender, comenzó con los primeros pininos de una actriz/cantante: Madonna. Ella fue el reflejo eficaz de un gran cambio en los modos de expresión y de percepción: hacer público lo privado; sacar afuera lo que estuvo adentro; ponerse la ropa interior en el exterior. Así lo llamé: el efecto Madonna.
Y con los cuerpos sucedió algo notable. Al de las mujeres se le exaltó las partes y el todo en una curiosa sinécdoque, no prevista por Greimás. Bajó la edad de las modelos de pasarela, hasta menos de los 12 años. Subió la edad de las sex-simbols hasta más allá de los 60. Hoy, las mujeres más mostradas, exitosas, veneradas y deseadas, aun por los niños, son Moria Casan y Susana Giménez. Es más, desde hace algunos años nuestras principales vedettes son dos hombres: Florencia de la V y XXXXXXX.
Los hombres hemos vuelto casi a las épocas de las cavernas, somos tontos.
El modelo sería así: todas las mujeres sueñan con ser putas.
Todos los hombres somos mostrados deformes, torpes e imbéciles.
Y es muy posible que lo seamos. Hemos aceptado y homologado una nueva escala de valores. Hoy, la moda nos obliga a estar despeinados, barbudos y sucios.
Cuanto más sucios, desprolijos, pelados o casi rapados como enfermos de sida aparezcamos, parece que somos más atractivos.
La mujer, no. Ella y su cuerpo deben aparecer regios. Las presentadoras de TV, aun las más serias, deben mostrar grandes escotes o, al menos, grandes tetas. Sólo podrán aparecer si son muy bonitas, con vestidos de moda y cuanto más pegado al cuerpo, mejor. El culo ha pasado a ser casi la parte de adelante del cuerpo femenino. Una mujer vale por el culo que tenga (o muestre). Eso que es lo único que no nos diferenciaba a hombres de mujeres –la parte posterior del cuerpo humano– hace hoy la diferencia. La TV, esa pantalla chiquita que crece y crece no ha vuelto el alma al cuerpo. En realidad nos ha devuelto el cuerpo entero. Sobre todo el cuerpo femenino.
Los programas más vistos son “Bailando por un sueño”, “Patinando por un sueño” y “Bailando por un caño”, donde en este último alternaron damas, damitas, señoras, señoritas, putas, putitas, actrices, vedettes, gordas, flacas, jóvenes, viejas, hasta símbolos internacionales de protesta como la entrerriana Carozzo.
Pero volvamos al cuerpo, sobre todo al cuerpo femenino por ahora.
Para una mujer es casi natural cuidar su cuerpo. Usa cremas, lociones, máscaras, pilates, gimnasio, dietas, miles de yogures con cosas indescifrables (e inexistentes), joyas, ropas cómodas y de las otras, peines, cepillos, vinchas, champús, esmaltes y una parafernalia de artimañas para que su cuerpo luzca. Las jóvenes son cada vez más jóvenes y las viejas cada vez más viejas. No hace mucho una mujer a los 40 estaba acabada. Hoy las mujeres de más de 60 disputan codo a codo con las pendex.
¿Qué cambió? Sí, por supuesto cambiaron ellas. Pero también cambió la percepción del común de las gentes. Los avances tecnológicos nos vienen cambiando la óptica a todos desde hace un buen tiempo: todo es más frágil, más rápido, más efímero.
No hay memoria ni se busca rastros de ella. Todo es “flat”, aquí y ahora. Lo que vale es lo que es. Es lo que hay. Así cayó, así quedó.
Entonces todo es lo mismo: atrás que adelante; afuera que adentro; antes que después; lo lindo y lo feo. No hay diferencias. La modernidad nos ha pasado (y pisado) como una aplanadora. Todo está al mismo nivel, comprimido a ras del suelo.
¿Y el hombre? Pobre, pobre... como diría Vallejo. Rompió amarras con sus valores viejos y aún no encontró los nuevos. Parece que sí, estas pueden ser sus últimas funciones. Como en el parto femenino (del otro no ocuparemos más adelante), sólo se ve una hinchazón amorfa y silenciosa. Sólo después del parto tendrá pies, orejas, pelo y clave fiscal o su nombre en una placa.
Y ya que hablamos de parto, los bebés, aunque enteros (al gran temor de sus madres al verlos nacer) nacen desintegrados, desarticulados, despedazados. Tardan muchas horas, días meses y a veces años en ser indivisos, individuos. Aun así, les lleva otros muchos años despegarse de sus progenitores y levantar vuelo (esto lo digo por esa maravillosa edad del pavo –ave al fin– [y la pavota] a la que todos estuvimos expuestos).
Ese cuerpo desarticulado se mantiene a ras del piso (o en brazos maternos) para poder, poco a poco, tomar la vertical humana a pesar de los mimos, pañales y el talco. Son las madres, padres, tíos, amigos quienes le preguntan al asustado niño: “¿de quién son esos ojitos?”, “¿y esa boquita?”, “¿y esos bracitos?”, “¿y esa pancita?” y así, creando en el infante dudas freudianas muy difíciles de superar, aun de adultos. Sí, ¿de quién son? ¿De quién este cuerpo que se enferma, se lastima, crece, engorda, se ensucia y hasta es, algunas veces, picaneado? ¿Por qué mis ojos de adentro me muestran de una manera y los ojos de afuera me hacen ver de otra? ¿Quién es ese/a que está frente al espejo cada mañana? ¿Soy dueño/a de mi cuerpo? ¿Por qué los hombres quieren más a los cuerpos de las mujeres que a las mujeres mismas? En Lima, Perú, por ejemplo, a una mujer se le dice “un cuero”; el cuerpo perdió la p (y puede que algo más también).
Dicen que cuando un humano muere, su cuerpo pierde 21 gramos. Digamos que a una persona normal de 60 kilos promedio, se le borra al morir 0,0000012%. ¿Es ese el peso de la vida: 0,0000012%? ¿Todo lo demás es el cuerpo? ¿Sabemos tan poco (y tratamos con tanto desdén) al 100.000% de un ser humano vivo?
Como ven, no tengo muchas respuestas a la pregunta del principio sobre qué es el cuerpo. Más bien interrogantes. Y mucho menos sobre el cuerpo femenino. Ese es un misterio. La mujer en su totalidad es misteriosa, en alma y cuerpo. Es más bella y atractiva cuanto más cosas se le mueven (aunque ella trate de estar siempre dura). En el hombre es al revés: si algo se le mueve está perdido (o gordo o viejo).
Cuando a un hombre se le hincha algo, está enfermo y si le sangra es para ambulancia. La mujer se hincha y deshincha muchas veces y sangra durante años todos los meses. El hombre, para lucirse, trata de parecerse a las mujeres, busca sus atributos, imita a su cuerpo. El hombre es fálico: es cuando no está (volviendo a Freud creo que algo dice sobre esto). La mujer es tierra; el hombre, aire. Se dice que sus cuerpos son dos partes de una misma cosa, de allí eso de “mi media naranja”. Pero el matrimonio (y la pareja) a pesar de su género son femeninos. Es por eso la importancia del cuerpo y la mujer. Son como un libro abierto escrito en un idioma indescifrable. Ahí están todas las respuestas que no podemos leer. Hay que hablar un poco más con ellas para entenderlas.
Sobre el cuerpo... alguna vez les contaré algunas cosas.
Gracias por haberme escuchado.

Gustavo Mac Lennan

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